sábado, 20 de julio de 2013

Existen infinitas formas de conocer a una persona. Una de ellas es leyéndola.

La mayoría de las veces escribo simplemente por el hecho de deshacerme de una idea que ronda en mi cabeza y que no me deja pensar o hacer otras cosas.
¿Por qué escribo ahora mismo? 
El resto de las veces, como ahora, escribo porque considero y sé, por mi experiencia y porque creo que algo me conozco, que escribir es la mejor forma que tengo de expresarme. Y ya no sólo de expresarme sin más, sino de hacerlo ordenando y fundamentando cada una de las ideas que quiero dar a conocer.
Escribir, para mí, no lo consideraría ningún hobbie. Si así lo fuera, hubiese intentado centrarme en algún género, tal vez novela o poesía, pero me gusta infinitamente más leerlas que escribirlas. 
Si pudiese elegir la forma de expresarme en cada momento, sin duda elegiría ésta. Hablando soy un desastre, me trabo constantemente, hasta tal punto que a veces opto por no decir nada. Es como si mi mente estuviese más coordinada con mi mano que con mi boca. Y me da rabia.
Y sobre todo, escribo porque al terminar de soltar una idea y al hacerlo de una manera que realmente me convence, soy inmensamente feliz. Y por eso no podría dejar de escribir. 
He de decir que mientras escribo no soy del todo consciente de lo que estoy diciendo, pero todo me suena coherente, por eso tengo que leer desde el principio todo, como si no fueran mis palabras, luego doy la aprobación a mis propias ideas y las suelto al resto. 

viernes, 19 de julio de 2013

Felicidad con código de barras.


Muchas veces me pregunto por el futuro. Más allá de en qué terminaré trabajando o si formaré una familia. Me pregunto qué haré con todo lo que consiga, con todo aquello que pueda decir que es mío porque lo he comprado con el dinero que he ganado trabajando, me pregunto de qué me servirá. 
Hablo de cosas materiales, que no cubren ninguna necesidad básica pero que sin embargo, la idea de tenerlas y disfrutarlas nos llena, nos hace felices, aunque su utilidad sólo consista en la repetición de una función sin ofrecer nada novedoso. Pongo un ejemplo, un poco tonto pero servirá, una bañera de hidromasaje. Al principio la ilusión de tenerla en tu baño y poder disfrutarla siempre que quieras te llenará, pero con el paso del tiempo su función seguirá siendo la misma y su utilidad irá disminuyendo porque cada vez serás más consciente de lo que vas a sentir cuando la uses y te dejará de llamar la atención.
Pues eso mismo es lo que me pasa con montones de cosas más, y me pregunto si su utilidad conseguirá llamar mi atención el tiempo que yo quiera. Y si habrá merecido la pena. Y si me llenarán como al principio. Porque esa variedad, esa atracción o ese interés que aportan las cosas no tangibles como una conversación, un paseo o incluso dormir, pocas cosas materiales lo aportan. 
Y es ahí donde radica mi miedo, camuflado entre preguntas, en que cosas que tienen precio terminen por llenarnos de igual manera que cosas que no lo tienen y cuyo valor debería ser aún mayor por el hecho de ser especiales y únicas. 

sábado, 13 de julio de 2013

Memoria selectiva.

Dícese de la memoria conscientemente tolerable que sustituye a otra cuya evocación resulta emocionalmente dolorosa.
Memoria selectiva.
Para recuerdos al azar. Para momentos que dejaron huella, mella. Como una tarde, o como un minuto. 60 segundos únicos e irrepetibles, cada uno de ellos. Como ver 365 amaneceres. 
Te ríes, me río. Un recuerdo.
Llueve, caminamos, no importa el tiempo. Otro recuerdo. 
Y así hasta cientos de recuerdos.